Entrenamiento Deportivo

miércoles, 9 de marzo de 2011

Las trampas más famosas de la historia del atletismo

Si buscamos en el diccionario de la RAE la palabra trampa encontramos, entre otras, estas dos acepciones: “Contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio”; “Infracción maliciosa de las reglas de un juego o de una competición”. Desde sus primeros tiempos como deporte, el atletismo no ha estado exento de trampas y engaños de todo tipo. Repasamos en este artículo algunas de las más curiosas.

1. El primer tramposo de la historia del atletismo

Spiridon Belokas fue uno de los 18 valientes que tomó parte en el maratón de los primeros Juegos Olímpicos de la era Moderna, disputados en Atenas (1896). La carrera tuvo numerosas alternativas e incidencias, fruto de un esfuerzo al que muchos de estos hombres no estaban acostumbrados. En el kilómetro 16 lideraban la prueba tres de los cuatro atletas foráneos (el australiano Flack, el francés Lermusiaux, y el norteamericano Blake), pero los tres desfallecieron por no saber regular sus fuerzas. Fue el local Spiridon Louis quien entró primero en el estadio para cruzar la línea de meta, como vencedor, entre los vítores de los espectadores.

Tras él llegaron otros dos atletas griegos (Charilaos Vasilakpos y Spiridon Belokas), aunque éste último fue descalificado tras comprobarse que había recorrido parte del trayecto en un carruaje. A pocos kilómetros de la meta, el único extranjero que continuaba en carrera, el húngaro Kellner, vio como el joven atleta heleno le pasaba descaradamente subido a un carro, por lo que al llegar a la meta denunció el caso ante los jueces. Según cronistas de la época, los compañeros de equipo de Belokas se arrancaron el escudo nacional de su camiseta indignados, y el propio rey Jorge regaló a Kellner su reloj de oro, como desagravio. De esta manera, Spiridon Belokas ha pasado a la historia como el primer tramposo del olimpismo moderno.

2. Descalificado en la carrera más loca

En el maratón de los Juegos Olímpicos de San Luis de 1904, el estadounidense Fred Lorz llegó al estadio en primera posición, fue aclamado como un héroe e incluso se fotografió con Alice Roosevelt, la hija del presidente de los Estados Unidos. Pero pronto se descubrió que entre los kilómetros 15 y 30 había hecho el recorrido subido a un coche. Lorz se justificó diciendo que no lo tenía premeditado, que se había retirado en el kilómetro 15 con fuertes calambres, y que pidió a un espectador que le acercara al estadio en su coche. Pero el vehículo se averió a 10 kilómetros de la meta, así que, ya recuperado de sus problemas físicos, decidió terminar la prueba corriendo y fingir que era el campeón. Fue descalificado a perpetuidad, pero luego se le perdonó y ganó el Maratón de Boston del año siguiente.

Aquella carrera resultó ser una de las más locas de la historia del atletismo, con altísimas temperaturas y un solo punto de avituallamiento de agua; un participante (el cubano Félix Carvajal) que se presentó a la línea de salida con zapatos de calle, pantalones largos, camisa de manga larga y boina; dos africanos (los primeros atletas de color en participar en unos Juegos) perseguidos por unos perros rabiosos; y un ganador (el norteamericano Thomas Hicks) cuya victoria casi le cuesta la vida. A Hicks –payaso de profesión- le acompañaban varios amigos a bordo de un coche, y cuando le vieron flaquear le dieron pastillas de sulfato de estricnina (un estimulante) y varias claras de huevo. Luego, le dieron más estricnina, coñac y le “refrescaron” con agua del radiador. Llegó a meta tambaleándose y una vez rebasada ésta se desplomó, al borde del coma. “Es más difícil ganar una carrera así que ser presidente de Estados Unidos”, dijo después de recuperarse.

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