El surrealista Antonin Artaud fue unos de los primeros en llamar la atención sobre los indios Tarahumaras o Rarámuri del norte de Mexico, al escribir un libro en 1936 sobre su experiencia con el peyote y sus chamanes. Un etnógrafo noruego, Carl Lumholtz, había escrito también en 1902, pero sin mayor resonancia fuera de los círculos académicos. Luego vino Carlos Castaneda en los años setenta, quien pudo crear con sus libros tal grado de curiosidad y entusiasmo por las prácticas del shamanismo mesoamericano, que terminó creando un velo de misterio alrededor de su persona, a fin de ahuyentar a los fanáticos. Curiosamente, una de las pocos fotografías suyas dadas a conocer por la prensa internacional, lo muestra leyendo un libros sobre las comunidades pesqueras de la Isla de Margarita. Castaneda era antropólogo y para proteger sus fuentes en México, terminó ocultando el paradero del mítico Don Juan, su maestro en el uso del peyote y la búsqueda de realidades alternas, argumentando que era un indio Yaqui, cuando en realidad era Tarahumara. Ficción o fantasía, investigación antropológica o novela, no importa, si eran mentiras, estaban bien contadas y se leían con gusto: se non è vero, è ben trovato.
Acaba de salir un libro del periodista americano Christopher McDougall: Born to Run, escrito para promocionar la técnica de correr descalzos o con zapatos con escasa o nula protección, pero que en realidad ofrece una ventana extraordinaria al mundo de las carreras de larga distancia, esos ultramaratones de 100 millas en adelante, equivalente a cuatro maratones seguidos de 42 kilómetros, algo insólito si no fuera por el entusiasmo masivo que suscita. Nada más el año pasado 425.000 maratonistas cruzaron la línea de meta en los Estados Unidos, una verdadera ola cultural que ha transformando la industria del deporte a nivel global. El libro de McDougall nos permite también asomarnos a la mentalidad de los indios Tarahumara, una comunidad de escasos setenta mil habitantes, oculta en los cañones de la Sierra Madre Occidental, a donde fueron a esconderse de los abusos de los exploradores españoles del siglo XVI y que hoy apenas se ven, gracias a la violencia de los carteles mexicanos de la droga. Los Rarámuri se expresan de una manera única: corriendo. Lo hacen como si el cansancio no existiera, cuando la técnica de los grandes deportistas occidentales ha sido abrazar y cortejar al cansancio y el sufrimiento, ridiculizando la noción de sadomasoquismo. Estos mexicanos pueden correr el ultramaratón más exigente a los cincuenta y pico de años, venciendo a atletas tres décadas menores, con una sonrisa en la cara. La tradición de corredores iluminados tiene su representante en Europa: el gran checoslovaco Emil Zatopek, vocero de la resistencia contra la invasión militar soviética en 1968 y doble campeón olímpico en 1952 (5.000 y 10.000 metros). Los Tarahumaras, sin embargo, unen la sapiencia de andar prácticamente descalzos con una capacidad para correr sin lesionarse nunca.
McDougall fue a correr con ellos y terminó dándose cuenta de que las grandes fábricas de zapatos deportivos son responsables del creciente número de lesiones a tobillos y piernas de los maratonistas, al sabotear la capacidad de un perfecto mecanismo de absorción de choque: el pie. Los indígenas ni siquiera reconocen la existencia de la Pared o la Bestia, el apodo el monstruo del agotamiento que se experimenta al correr 42K; y al igual que los campeones de Kenya, se ponen zapatos sólo después de pasar como quince años descalzos. Alrededor del 80% de los corredores occidentales sufren lesiones cada año: la raíz del problema podría estar en los zapatos caros, que anulan la capacidad del cuerpo humano.
Ricardo Bello
1 comentario:
Muy buena info.
Saludos
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