Ataviado con peto azul, short blanco y medias negras, Tommie Smith abre los brazos instantes antes de entrar en la línea de meta. Sabedor de su triunfo, dirige la mirada al cielo mientras ralentiza el ritmo que le ha llevado a marcar un crono de 19,83 segundos, nuevo record del mundo de los 200 metros. Es exactamente el doble de tiempo invertido, horas antes, por el campeón de los 100 metros. El incontestable ataque que Smith ha lanzado en la última recta de carrera ha sido suficiente para vencer con holgura al australiano Peter Norman, segundo clasificado, y a su compatriota americano John Carlos, tercero. Entre los tres, acaban de firmar la prueba de 200 metros más rápida de la historia.
Inmóviles, subidos en el podio con sus medallas al cuello, los tres velocistas esperan a que suene el himno americano en honor a la victoria de Smith. Cuando por los altavoces del Estadio Olímpico retumban los primeros acordes, tanto Smith como Carlos sorprenden a todo el mundo agachando sus cabezas y alzando un puño al aire enfundado en un guante negro, simulando el símbolo del movimiento Black Power. Mientras, Peter Norman lleva su mano hasta la pechera del chándal, donde segundos antes ha colocado una pegatina con el distintivo del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. Como pulsando un botón, los aplausos del público tornan en un instante en pitos y abucheos.
Con aquel gesto los tres atletas protagonistas firmaron su sentencia deportiva. La vida de todos ellos cambiaría radicalmente a partir de ese momento. Nunca antes nadie había reivindicado de forma tan pública y abierta el rechazo a la opresión que los afroamericanos sufrían en Estados Unidos. Aquella protesta política en un escenario deportivo desató la ira de las autoridades del Comité Olímpico Internacional, que expulsó de la villa olímpica a los dos atletas americanos. Con una nueva plusmarca mundial en sus piernas, Tommie Smith se marchó de México como un villano en lugar de hacerlo como un héroe. Lo único que pidió fue justicia e igualdad social, y lo que recibió fue el desprecio y la humillación de toda la comunidad olímpica.
Puedes leer el artículo completo en el nº 33 de la revista Planeta Running
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